26 de septiembre de 2009

.
.
Primero los jóvenes trepan, como las viñas, por los melancólicos soportes de sus mayores, que se complacen en sentir sus dedos suaves y tiernos.
.
Luego los viejos se apoyan en los hermosos cuerpos de los jóvenes para
descender a sus propias muertes"

Lawrence Durrell, Balthazar.

Amaneceres suaves de otoño junto a los arcenes de la carretera. Silencios y cafés de gasolinera abierta, partidas de ajedrez, de cartas; rostros desconocidos. Palabras sueltas como restos impares de una zapatería de barrio. Monosílabos.

El tiempo simplemente transcurre.

Al regresar a casa me olvido del nombre y el lugar. Me confundo de calle varias veces. Todo a propósito para escapar del joven que trepa por la pared de un pozo. Cada mañana, afeitándome frente al espejo, siento como cae de nuevo abajo, al fondo negro e invisible de los viejos anhelos.

No sé por cuanto tiempo.

Codorníu.

.

24 de septiembre de 2009

Extravío de pálpitos apresurados. Mis dedos ya no cuentan los días que faltan para vernos, ni mi mente imagina tocar los colores azules de tus hierros. Amarga en mi boca el sueño de una posible cita en la estación de Atocha sin ninguna esperanza. Tan sólo llevo cuentas de los insomnios, certidumbres que odio y apago lentamente en el cenicero.

En las camisas de cuadros como aquella, ya sólo veo ventanas cerradas como nichos. Las bandadas de aves, cuando se marchan, me dejan en la ventana un diccionario de silencios inmensos. Me pierdo entre los rostros lánguidos de nuestros amigos comunes en los aniversarios, entre los cuerpos cómplices de un sinfin de emociones subterráneas. Y aún años después, toco mi cuello para escuchar mi corazón, y la yugular acaricia mis yemas como nunca lo hizo.

Me sentaré otro otoño, amigo, en el sillón mencionado por Shiki; donde las agujas de pino esparcidas de aquel haiku dieron tanto sabor a nuestras conversaciones. Y luego me dejaré llevar de tu mano a Cabo Verde; porque sin ti no hubiese conocido a Cesarea Évora, y su música, y las premonitorias saudades que me vaticinaba.

Demasiados recuerdos revueltos, imágenes, añoranzas, amaneceres atrapados por Malasaña recorriendo todo aquello como vagabundos, sin señales precisas, sin rumbo, sin destino. Hoy soy un ángel preso que guarda sus sueños en una caja que pone “Aquel otoño” y los suelta como palomas para que se los lleven hasta sus bolsillos de nidos olvidados aquellos castaños de El Tiemblo que tú tanto amaste. Nidos vacíos de los que hablamos tú y yo tantas veces (mientras pudimos hacerlo), a caballo de palabras transparentes, suspendidas en el eco confidente de nuestras cosas.

Había que darse prisa y lo hicimos. Vinieron a buscarnos -tomaron la calle equivocada en mi caso y pasaron de largo-; pero tú estabas en casa esa noche. Con nostalgia, te extraño, amigo. Porque a veces no sé como soy sin tu espejo. En nuestro camino, la gran suerte de conocernos de corazón a corazón, como dicen los maestros de zazen japoneses; amparados en las sombras lunares de Pink Floyd, por ejemplo.

A veces me despierto -lo confieso- y tengo que escribir. Pero sigo sin saber dónde estoy.

Codorníu.

23 de septiembre de 2009

.

Otoño en la ventana;
no es que atardezca:
es que la lluvia es noche.

.

Le dolía a la altura del esternón, por debajo de la camisa de cuadros. Son los gases, decía. Y se llevaba la mano al centro del pecho, a un lado del bolsillo, donde el paquete de ducados abultaba una tetilla intrusa. De cada cien veces, cien estaba en lo cierto. También, en ocasiones, el brazo izquierdo se quejaba de oficio. Iba, según él, apareciendo con la edad, anticipando el anunciado tema de la artrosis. Tenía buen ojo clínico. O demasiada suerte hasta aquella noche, cuando todos llegamos tarde a sus llamadas.

.

Al entrar el otoño, se me empañan los ojos y las palabras mueren. Se vuelven cajetillas crujientes, ruidos de pergamino. Es muy difícil entender estas cosas. Comunicarlas. Mi corazón, que no se cansaba de pisar hojas secas caminando a su lado, siente por estas fechas, desde entonces, una daga de hielo pegada a la garganta…

Codorníu.

.

21 de septiembre de 2009

Fui un privilegiado. A veces lo digo, me lo digo, porque sé que le viene bien a mi mente recordarlo. Nadie estuvo tan cerca. Ni siquiera Chumpéter, que recorrió su cuerpo mientras yo zigzagueaba por su alma como una zarza ardiente para ver como se teñía el pelo de todos los colores. Supongo que hubiera querido ocupar mi lugar (y yo el suyo) sin perder lo que ya por error teníamos como nuestro.

Nada más lejos. Saleta salía y entraba de nuestras vidas sin dar tregua apenas a mis cigarrillos. Entonces yo la criticaba ese encanto burgués, ese limbo donde felizmente fumábamos todos; ese desparrame ideológico, que me hacía libre ya de morir sin complejos, porque ella encantaba mis serpientes y otras cosas absurdas que aún me habitan.

En aquellos momentos -recién llegada de Cabo do Anxo- tomábamos café (ella me inició en el arábica de Costa Rica que le trajo un indiano) a sorbos calientes y sensuales. A mí me parecía un derroche lo que gastábamos en aquella buhardilla imitación Montmartre. Luego, salíamos a la calle, nos enfrentábamos a la cruda realidad de Lavapiés, y nos echábamos miradas escandalosas de mesa a mesa recostados en aquellos respaldos de terciopelos carmesíes del Comercial, a expensas de lo primero que se nos ocurría escribir en servilletas hechas bolas. No nos pedíamos discursos. Bastante nos habíamos estrellado contra el suelo para vendernos motos.

Aunque ya nadie enciende fósforos, entonces sí lo hacíamos. Nos quemábamos las yemas agotando nuestra presencia con los ojos. Por suerte, no sabíamos lo que era un móvil y pasábamos ampliamente de los policías de paisano que ocupaban las mesas de enfrente.

Codorníu.

20 de septiembre de 2009

Se atribuye a la escuela una culpa que tiene toda la sociedad. Luego, se vuelven los ojos hacia la sociedad para que se diluya toda responsabilidad, y el desastre quede en el anonimato. Se dice que los padres han hecho dejación de sus funciones. Aunque yo sólo veo trabajadores agotados que deambulan al regresar a casa como idos... perdida toda seña y sentido de identidad.

Al parecer, ya nadie quiere señalar al modo de vida que el sistema económico impone a las personas. Eso que eufemísticamente se ha dado en llamar "Los mercados" es el auténtico responsable del naufragio. Inútil análisis éste, y más inútil aún soñar con otro mundo... ¿Para qué hablar de metas imposibles, verdad? Sin embargo, todos sabemos que lo que está fallando es el motor.

La ambición, ese afán de enriquecimiento individual, lo ha impregnado todo con su mugre negruzca. El que pueda, que suba lo que pueda hasta donde le llegue el oxígeno. Ah, eso sí; por favor, cuantos menos mejor. Mientras, abajo, como dice Toro: Nos estamos comiendo los unos a los otros como caníbales.

La solidaridad, la compasión o el amor quedan para cuatro quijotes locos. No es moneda corriente que admitan los mercados para jugar a ser seres humanos.

Codorníu.

19 de septiembre de 2009

.
Estamos ante un problema gordo-gordo: la berlusconización de la vida.

La basura, vende. Las malas noticias, venden. El miedo, vende. Da igual que sea la tele, la prensa o la radio. Todo este veneno hace engordar los medios. Parece una carrera contrareloj contra la ética periodística. La libertad -en este campo- es una irresponsabilidad absoluta, explicable sólo por la vorágine de hacer negocios y amasar beneficios.

No me parece mal que prohíban fumar en los locales públicos. Entiendo ese recorte de libertades en aras del bien común. Sin embargo, es infinitamente más dañino para el ser humano este bombardeo mediático que destruye a diario nuestras mentes.

Los niños crecen en medio de ese estiércol. Nadie corta la pescadilla que se muerde la cola. La empresa que no juegue ese juego, entraría en pérdidas de inmediato. Digamos que la gente ya es adicta al veneno. El famoso tango (Siglo XX, cambalache) se quedó corto hace mucho.

Codorníu.
.
.
Aunque amanezca otoño en los cristales, yo sigo vendimiando. Para algunos quizá sólo sea un verbo. O un sustantivo: septiembre. Para mí es un sinónimo de andar cortando (por unas pelillas) racimos en Francia en los años setenta. Tal vez, como buscar el fuego, la caza, o una cueva al abrigo. ¿O es que ha cambiado algo?

En aquellos momentos, yo no pisoteaba el escobajo. Pisotear es un símbolo que no me gusta ni siquiera de lejos. Un verano trabajé en un chiringuito de playa y ahí comenzó todo. El jefe les despedía el 31 de agosto, y con esas se iban a vendimiar al otro lado de los Pirineos. Me monté en un camión para emigrantes españoles; hoy, olvidados, y no reconocidos en el otro: el boumerang que vuelve.

A lo tonto regresan los recuerdos, junto a las uvas donde salían todo tipo de cantes. Mi mes de septiembre -ése que me iba a Francia- era para mí, el mes de vacaciones en el banco. Yo no iba por las pelas, ya cobraba doce meses de doce.
.
Mi juventud se desangraba camino de París, que seguía siendo una fiesta. Qué mierda que todavía alguien me adorne el presente fugitivo donde yo ya no soy nadie.
.
Codorníu.
.

16 de septiembre de 2009

.
Septiembre es un mes de transición. Un mes no apto para las prisas. Las ruedas tienen aún algo de cuadradas y los hemisferios cerebrales siguen deshaciendo nudo a nudo los cordones de sus zapatos. Debería ser un periodo suave, sin cambios bruscos, sin carreras. Como cuando atardece por la ventana del parque. Me apetece verlo así. El alma manda sobre el calendario.

Codorníu.



12 de septiembre de 2009


Azules... Mira que hay azules asomando por encima de tu hombro dorado y del hombro de la montaña, incluso antes y después del horizonte de tus ojos...

Este verano me quedé sin ver el mar, tuve que mirar al cielo de internet, y ahí siempre había alguien. ¿Acaso no es ése el mejor de los azules?

Cuando estaba nublado -con una de esas tormentas de calor-, volvía mis ojos a una piscina que tengo debajo de la ventana. Si estaba salpicada de bañadores chillones y cuerpos color carne (que era lo más normal), entonces miraba un barreño azul de plástico, que utilizo para lavar las hojas de lechuga.

Desde la "intifada" de Pozuelo me niego a ponerme un Lacoste que tengo azul clarito. Igual esta noche lo dejo junto a los cubos de basura para que lo recojan los cascos azules de la ONU, que -dicho sea de paso- tampoco me surlibellan lo más mínimo.

En realidad, me consuelo con mucho menos: los contenedores de papel y cartón también son de ese color tan divino y se llevan lo mejor de mí mismo. A qué nivel han llegado los becerros de oro de esta sociedad cuando a mí me "ponen" más estos ortoedros de papel.

Codorníu.

(Ah, la canción es para dos amigas: Calma e Inuits... Para que vuelvan; porque solos no somos nadie... y lo sabemos)

.

7 de septiembre de 2009

.

"Los viejos sueños,

eran buenos sueños.

No se realizaron;

pero me alegro

de haberlos tenido".

Clint Eastwood, Los puentes de Madison.

...Cuando en el fondo de la charca se ve una lata vieja y oxidada, una bota con la suela enseñando los clavos, una llanta de bici abandonada y semihundida en el fango...

(...Aunque uno sabe que también la charca acoge las nubes que pasan por el cielo, las aves que emigran en bandada; el rostro del que mira la lata, la bota, la llanta... y el espejo precioso...)

...Parece llegado el momento de darle un descanso a estos renglones. Poner un poco de paz entre loquesé y loqueveoysiento; recordarle a ese ramillete de yoes que me sueñan, que todo está abierto y disponible como la arcilla sin forma en el taller del mundo; que no es cierto que lo que espera -al otro lado del presente- es predecible por mucho que la rutina mental se empeñe. Que aún existe una mano tendida a la sorpresa, a la equivocación y a la magia.
.
Codorníu.
.

6 de septiembre de 2009

.
Botellas vacías de albariño casero. Tubos (improvisados al azar) de un órgano tocado por el viento. Eso queda tan sólo.
.
Brincando dunas, llegan a mi ventana ideas o palabras similares; sólo similares, nunca iguales.

Por detrás del horizonte, elevándose, un grupo de estrellas anónimas (apátridas del cielo, como fuimos nosotros) se asoman a mirar tímidamente, por si pueden ir saliendo sin peligro.
.
Sus ojos alargan un resplandor con vocación eterna de princesas marinas, descuelgan trenzas de plata que iluminan nubes en horas bajas sin forma conocida; nos visitan para invitarnos a trepar aprovechando un parpadeo, un breve acontecer en nuestra vida; algo que, sin embargo, nosotros queremos que cruce muy despacio como los gusanitos de luz en las veredas. Parece que estemos hablando de las mismas emociones de antaño... Pero no.
.
Tal vez, si acaso, cuando todo sea del color de los mitos, se atrevan a acercarse. Verán, entonces, que aquí hubo un ruido de fondo del que poco o nada quede ya a esas alturas. Ellas, que duran mucho, quizá contemplen los mismos escenarios…

Pero no.
.
Codorníu.
.

4 de septiembre de 2009

.
Quién sabe si éramos nosotros.

De aquellos septiembres, apenas quedan hoy reflejos en la loza manchada por el vino. Ni rastro de las rosas.

Unos dedos -que ya han dejado de vendimiar hace décadas- marcan un número donde no hay nadie nunca.

Mi cometa se eleva buscando un ave perdida: alas abanicando el pasado (algo que no es nuestro, sino suyo), ojos que pasan y repasan, labios húmedos, sueños.

Oídos que llevan y traen risas, carreras, música del vecino... o simplemente ruidos, que cambian de sitio en pos de algún recuerdo abuhardillado.

Renglones cansados...

Codorníu.

.