¿Estáis oyendo la bocina de un faro? La noche polar se produce en fechas próximas al solsticio de invierno, cuando el Sol no llega a asomar por el horizonte en todo el día.
Pasado
el sobresalto, me remuevo produciendo un crujido de maderas viejas que no viene
de los muebles ni del parqué. Tampoco de mis huesos.
Es
algo que tiene un descenso sutil como la niebla: son los miedos. Inútil forcejear con
ellos; por eso dejo que vayan reposando en el suelo de la jaula, mientras
miradas de archivo caen descolgándose por las lianas del silencio. La
involución que padecemos va cercenando tantas esperanzas que, cada año que
termina, nos aparecen apiladas -cual cabezas cortadas- formando un enorme
montón junto a un charco sospechosamente oscuro.
A la
historia le toca lidiar en la actualidad con este vómito de aguas negras. No es
de extrañar que se maree: barrotes por doquier la separan del horizonte y
carámbanos sin entrañas la desgarran como alambre de espino. Una ceguera
insaciable galopa a su grupa por todo el planeta: el big bang económico se les ha ido de las manos.
Pero
en lo personal, en la corta distancia, hay que subir a la superficie, boquear y
sonreír. Sólo así, solidarios, cálidos, tiernos y cercanos (con todo y con
todos) a nuestro alrededor, seremos y nos sentiremos guardianes protectores del
fuego que ilumina nuestra naturaleza como humanos. Gracias a esos rescoldos, lo veamos o no, sin duda llegará un nuevo día.
Mientras tanto, en
estas fechas, os deseo mucha salud y suerte, amigas y amigos.
Un
abrazo entrañable.
Codorníu.
Codorníu.