13 de abril de 2014



Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron 

aquellos sueños…

Invado las alcobas vacías
de mi memoria 
para recoger aquellas palabras
tan lejanamente idas.

Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, 

amarillentas fotografías;
estilográficas desusadas 
y textos desgajados 
de la enciclopedia Álvarez… pero nadie, 
nadie me dice quién fui yo.

Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican 

dónde fueron mis minutos.

Y aunque torturo los espejos 
con peinados de quince años,
con miradas lejanas de cinco años
o quizá de ahora, 

muerto…
nadie, nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió aquella sombra mía militante,
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de infancia y pelotas de trapo por las eras;
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres las bodegas del Ebro.

¿En qué escondidos armarios
guardan los ángeles
nuestros restos de nieve atormentada?


¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?


¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los domingos,
cuando el violento secreto de la vida
era tan sólo una dulce campana enamorada…?


Registro los bolsillos desiertos y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos que me diga… 

quién 
fui
yo.
                                (Miguel Labordeta)

Pues este que veis en la fotografía soy yo cuando era hippye, jaja.
En serio.

Codorníu.


10 de febrero de 2014


Al fin llegó el día. Temo quedarme sin palabras, porque apenas encuentro algo que no le haya dicho. Me pasa como cuando estás ante un espectáculo de la naturaleza, y tan solo aciertas a quedarte boquiabierto ante sus 103 años y su buena salud. 

Mi padre encarna la prueba de que lo difícil no siempre es imposible. 

Como él dice: La clave es resistir, esa es la actitud.

Estuvimos comiendo en un restaurante gallego. Él, encantado... como se puede ver en la foto. No es todo lo buena que me hubiera gustado; pero de todas las que hicimos he escogido esta, porque parece invitar claramente a una tacita de queimada a cuantos amigos y amigas entren en esta página.


Codorníu.

30 de enero de 2014


Un paso a continuación de otro, un día después del anterior y antes del siguiente. Así va jugando su partida al tran tran, sin órdagos; compañero con la vida, que le lleva en volandas año tras año. En su mirada guarda las preguntas que todos nos hicimos cuando niños, cuando jóvenes… Las mismas que no fueron respondidas, que están ahí, que siguen ahí...  en un rincón secreto donde siempre habrá misterios de esos que no se desvanecen ni aunque los interrogues bajo los focos más potentes.

Lo único que ha perdido es algo de oído en este camino de regreso. Pero las voces cotidianas, esos sonidos familiares de siempre ya no necesitan precisión; sobre todo de vuelta, cuando uno busca en los que suben tan solo un eco de lo sembrado por sus labios. Eso le basta para orientar la fuerza de voluntad que tiene, el tesón, la lucha por ser autosuficiente, el afán por dar la mínima guerra posible…

Publiqué en este blog las memorias que escribió a mano, con su letra de autodidacta y sus faltas de ortografía, mientras se recuperaba de aquella fractura de cadera hace ahora cuatro años. Nada sustancial ha cambiado: por sus santas narices, este año pasado continuó saliendo a pasear cerca de una hora todos los días (menos los periodos muy fríos), marchando a un paso difícil de creer en su edad. Un cuerpo guiado por una cabeza que funciona perfectamente; como su ánimo, sus ganas de vivir y sus expectativas de futuro. La gente del entorno se asombra del vocabulario fluido que maneja, no saben que sigue leyendo un libro cada quince días, más o menos.

Dice que no ha sido feliz, si por felicidad se entiende un estado permanente. Dice haber experimentado etapas, momentos importantes, instantes hermosos; según él, los menos. Quizá por eso, rara vez habla de ellos. De ahí el valor de aquellas memorias, donde se fue soltando por escrito, donde sostenía con orgullo que fue a este dolor de la existencia, a este cuesta arriba de la vida, a lo que le debe la supervivencia y lo que le ha ayudado a llegar hasta hoy. Esa ha sido la clave de su larga vida: la resistencia psicológica ante lo adverso.

Y esto no es una sensación subjetiva mía, porque tengo el mejor certificado: la iluminación de sus ojos. Hay vidas tan planas y lineales, tan simples y predecibles, que se enmarcan en un lugar, encuentran un trabajo, se casan o no, y con todo eso siguen y siguen hasta sus últimos días. Ni se imaginan que la existencia de algunos seres con los que se cruzan es más bien lo contrario. Mi padre es uno de estos. Sirva este texto, a muy pocos días ya de su 103 cumpleaños, para homenajear el pulso singular que nos trasladan los latidos de un corazón que vivió la vida por el lado nudoso del tapiz con una serenidad y sencillez encomiables. 

Para él, ya no hay duda de que todo pasó como debía; y, como dice, En el fondo existe una sola certeza: haber vivido. 

Codorníu.

13 de enero de 2014


Tras encerarla con parafina, la mecedora se detiene varias veces sin que la madera deje ya ningún quejido. Cada descanso en ella se convierte entonces en un breve paréntesis que deja en mis atardeceres el sueño de todo eso que no somos. 


Mi pensamiento se posa en el respaldo como ave recién llegada, sacude sus alas y parte hacia una ramita próxima. Las gotas más finas persiguen los haces de sol que no tardan en hallar los charcos plateados. Desde un canalón lejano, un goterón solitario se descuelga hasta mi frente arrastrando con sus ruedines un irreal currículum de yoes.

Codorníu.

2 de enero de 2014


Estoy aquí. 
La brisa acaricia mis cabellos,
y yo voy a tientas en la  noche 
porque he perdido mi hilo; 
ese que te di a ti, Teseo"
.
Antonio Tabucchi,  Se  está haciendo cada vez más tarde.
.
Yo nunca creí en las rayas, tanto si eran paralelos y meridianos, como si eran fronteras con pedestal o fechas como éstas, por ejemplo, que separan un año del siguiente.

Me pregunto si creo en algo más que en la noche, cuando riza de forma plateada la superficie azul oscuro del espejo, o en la presión que soportan los cansancios que llevan tu nombre; o en la esperanza del otro lado del tapiz, donde hacemos los nudos.
.
Me pregunto también si aún llegará a tiempo el oxígeno que me devuelva los besos deseados, o las metáforas de Borges que releo ávidamente para zafarme de la asfixia, si es que aún existe el segundo crucial que maneja lo aleatorio, la lotería comprada a mis espaldas, o el gusto por la torpeza que tienen los que no saben lo que hacen (o sea, todos nosotros).
.
Pregunto, en definitiva, por los horizontes tan lejanos que soplaron las velas con que se hacía la piel de aquel cuerpo que me citaba en plena juventud; incluso me remonto al áspid sinuoso que frecuentaba los pronombres desaparecidos para siempre. Y sobre todo, echo en falta el sentimiento coral del amor, que saltaba entonces por encima de todos los misterios y hoy se abraza con fuerza a los lejanos pétalos perdidos.

Codorníu.