Hay palabras que son más grandes que otras. He sido consciente, con esto de la Eurocopa. Por ejemplo, libertad. O siempre. O amor. O miedo. Porque no es lo mismo elegir lo importante entre dos cosas que entre cuarenta. Como tampoco es igual sentirse extranjero en el mundo que pertenecer a un país. Y es bien diferente entender compromiso como argollas alienantes de gargantas vociferando tras un balón, o como lazos de solidaridad, fidelidad, amistad; nombres que duermen como semillas en la tierra.
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De vuelta a casa, de paso por esa callejuela del puerto que más de una vez tuve el honor de recorrer a gatas de madrugada, vuelvo de ser amante de los mostradores y sus servilletas. En mis sueños soy inescrutablemente libre. Cada vez que me pierdo, busco esa taberna en mi ambiente, a medio camino entre la lonja, los nuevos ultramarinos de los "chinos" y la vejez.
De vuelta a casa, de paso por esa callejuela del puerto que más de una vez tuve el honor de recorrer a gatas de madrugada, vuelvo de ser amante de los mostradores y sus servilletas. En mis sueños soy inescrutablemente libre. Cada vez que me pierdo, busco esa taberna en mi ambiente, a medio camino entre la lonja, los nuevos ultramarinos de los "chinos" y la vejez.
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Por el rabillo del ojo he visto refugiarse tras la esquina ese puñadito de palabras que ya no se usan. Sé que me están siguiendo. He mirado en la vitrina, en su reflejo, a mi espalda; junto a la pizarra con los precios: café, albariño, orujos del país, fotografías de los años sesenta... Al fondo, con la soledad de la barra que espera ser consumida por los codos, ellas me aguardan espectantes como un ramo de rosas rojas. De espaldas a todo. Con vosotros. Conmigo.
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