Y ése es el drama. El drama de los bancos. Un suculento negocio de miles de millones, ahí a sus pies… que no convence a nadie... De risa.
Ahí están los franceses, luchando como en el 68.
A ver si lo consiguen.
Recortes.
En este otoño tan hermoso, el gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ha vuelto a insistir desde su púlpito (por enésima vez... ya he perdido la cuenta) en la necesidad de aplicar recortes económicos a la gente corriente por el bien de la salvación del estado del bienestar.
En la mente de todos están esos hachazos que nos van desnudando de progresos y derechos. A la vez que las hojas de los árboles, sentimos como se cae también lo que con tanto esfuerzo hicieron crecer otros en el pasado. Este otoño, el viento seguirá arrancando de nuestras vidas lo que empezó a brotar -radiante de esperanzas- en aquella primavera del siglo XIX.
El señor Ordóñez no desconoce (es imposible) que el salario mínimo que alfombra de hojas los suelos es de 633 euros al mes. Tampoco ignora que muchas personas en nuestro país andan muy cerca de ese suelo. De sobra sabe que, incluso el doble, no deja de ser una miseria... de "privilegiados".
Poca gente puede presumir de haber contado las hojas del árbol salarial del señor gobernador. Tampoco yo sabía de ellas. Pero hoy he leído en el diario "Público" lo que gana, actualmente, en este otoño tan bonito y tan suave. Gana 194.148 euros anuales, que si lo dividimos en catorce partes, nos salen 13.868 euros al mes.
Entre 13.868 y 633, hay por medio un barranco de escalones profundos; veintidós, para ser exacto. Veintidós veces más uno que el otro son una pendiente de esas que dan miedo y escalofríos. Un abismo inmenso, negro, insalvable... que nos separa a nosotros, los que sufrimos los recortes, de ese señor y esa gélida élite dirigente a la que pertenece.
Aunque esto no sería importante si no formara parte del grupo selecto de los que legislan y gobiernan. Eso es lo que es obsceno y, más que grave, gravísimo. Me refiero a que esta clase dirigente goce de emolumentos tan siderales; cuando deberían tener un cinturón muy parecido al de los ciudadanos para que no se les cayese la cara de vergüenza. Para eso y para que se lo pensaran dos veces, cada vez que les sube a la boca esa ácida letanía macabra de apretárselo y apretárselo y apretárselo...
Mientras eso no suceda, los que hacen las leyes y las ejecutan no serán los representantes del pueblo. Al menos por mí parte no serán considerados como tales, mientras gocen de tan privilegiada situación económica, impropia de servidores del Estado.
Por más que lo digan las urnas y nos lo envuelvan todo con un hermoso vestido de seda llamado Democracia.
¿Cómo van a representarnos si no pueden saber lo que sentimos?
Codorníu.
Otoño, Mario Benedetti.
(De “Insomnio y duermevelas”)
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