23 de diciembre de 2011

codorniu
brinda

por

sus

amigos
Y les desea de corazón que el año 2012 no les traiga aquello que tanto les tienta de los escaparates, sino todo -absolutamente todo- lo que realmente necesitan y en justicia les corresponde.                                                                                   
   


21 de diciembre de 2011



Los corazones de los hombres se reconocen en la misma soledad.
Como los zapatos.
¿Por qué extrañarse entonces de esa atracción para compartir la soledad?
Todo: las palabras, el dolor, la herida, los cuerpos, la sorpresa...  empujan a ello.
Todo a través del diminuto instante donde se acumulan los siglos, y los sueños sueñan lo que no se puede decir.


Codorníu.

10 de diciembre de 2011

2 de diciembre de 2011

"El deseo nos empuja y nos crucifica, llevándonos cada día al campo de batalla donde, la víspera, fuimos derrotados, pero que, al alba, de nuevo se nos antoja terreno de conquistas; nos hace construir, aunque hayamos de morir mañana, imperios abocados a convertirse en polvo, como si el conocimiento que de su caída próxima tenemos no alterara en nada la sed de edificarlos ahora".


 Muriel Barbery,

 La elegancia del erizo.



Así estamos, en este punto desencolado de la Historia, asistiendo impotentes a cómo se deshilacha todo. 


Perdiendo en un día lo avanzado en un año; en un mes, lo conseguido en diez años; y en un año, lo que ha tardado en levantarse un siglo. 


Como si todo fuera de lo más natural, nos rendimos a los mercados mientras volvemos de las urnas tarareando el estribillo de aquella premonitoria canción de Aute: 


"Lo que viene, se va;

como suele pasar
el viento, el viento..."


Codorníu.



13 de noviembre de 2011

En la cola...


- Votaré en blanco, porque los odio a todos -dijo él-. Son horribles.
La señora de la cola lo escuchaba en silencio. De pronto, él se fijó en su carnet:  era una interventora del PP. 
Él se disculpó por patoso. Pero ella sonrió:
- ¡Si estoy encantadaaa..!  Ahora, los que odian a los políticos son todos de izquierdas.

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975)





30 de octubre de 2011

Jeje... ¡Vaya! ¡Qué susto me he pegado! Resulta que hoy encontré por YouTube este vídeo (colgado a continuación, más abajo), y cuando lo fui a subir al blog había olvidado los datos de usuario y no podía acceder. Imaginaos: a lo largo de la mañana, Aguas abajo se estuvo debatiendo entre los dos modelos teatrales de la Grecia clásica. 


Al fin, salió comedia. ¡Menos mal!  El equívoco ha tenido un feliz desenlace. Valga este susto para aprender, y constatar el famoso refrán de que "todo lo que no se usa...


Con todo este lío se me ha pasado hablar del vídeo; aunque yo creo que no necesita presentación. El mensaje es súperclaro: ir directamente al corazón de una economía al servicio del ser humano. 


Por ahí habrán de transitar nuestros pasos, si no queremos cargarnos la especie.





Codorníu.


28 de agosto de 2011


Señores diputados: ¿Les suena eso de todo para el pueblo, pero sin el pueblo, ahora que andamos con la Constitución a las vueltas? Miren, encontré esta preciosidad, impresa en letras de oro, por si quieren cambiarla, dado lo incómodo de su presencia: 


"Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general".

No, no se trata de Cuba... la denostada Cuba. Qué va. Es el Art.128.1 de la Constitución española.


Reconozco que soy un ingenuo, porque me sigo cuestionando: ¿Qué se entiende por interés general?

Al parecer, al responder a esta pregunta, ustedes, sus señorías, no piensan en los pensionistas, los parados, los enfermos, los estudiantes... y en fin, todas esas cosas que afectan a la gente corriente; sino en los bancos (que hay que salvar con cargo al presupuesto, cuando debería ser al revés) y en un puñado de tipos podridos de euros, que disponen -gracias a sus labores legislativas- de escandalosas fórmulas legales para pagar la mínima cantidad de impuestos, so pretexto de que no se los lleven a otra parte. Aunque, a estas alturas, todos sospechamos que lo más jugoso de sus fortunas anda ya en paraísos fiscales, tan opacos como delictivos. 

Está claro, señores "elegidos democráticamente" que eso del interés general no significa lo mismo para ustedes que para nosotros, los ciudadanos corrientes. 


Un momento...  ¿No huelen?


Este país apesta a dictadura. Cada cuatro años, abren el ventanuco; nos dejan sacar la mano y echar la papeleta: ahí se acaba nuestra participación. Después, sólo queda el crujido del cerrojo. Y de nuevo la oscuridad más absoluta. 


Qué pena, ¿no?


Codorníu.

19 de agosto de 2011

Defender los derechos civiles es defender la democracia


"Primero vinieron a buscar a los inmigrantes y no dije nada porque yo no era inmigrante.

Luego vinieron por los parados y no dije nada porque yo no estaba en paro.

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los “indignados” y no dije nada porque yo no iba a todo eso del 15M.

Luego vinieron por mí; pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada"

(Adaptación de una cita de Martin Niemöller, atribuida a Bertolt Brecht por error)

13 de agosto de 2011

El estado de 'Gao Le Gao'

Esto no es un blog de cine. Entre otras cosas, porque no me considero -ni soy- ningún experto. Digamos, que tan sólo me aproximo a un aficionado que va a ver una película una vez por semana. Además, en esto del cine, todo es muy subjetivo, muy particular...  Y lo que le entra a uno hasta el corazón,  a otro puede ser que le deje indiferente.

Las circunstancias han hecho que pase estas vacaciones sin moverme de casa; quiero decir, sin ir a lo de siempre: unos días a la playa. Como contrapartida, he podido disfrutar de mucho tiempo libre, que en otro momento de mi vida hubiese utilizado en escribir y leer, por este orden.

Sin embargo, este verano me pedía el cuerpo algo más pasivo en consonancia con la etapa que atravieso. En cierto sentido, todo "timing" vacacional no es más que el encaje de una gestalt que persigue ensamblar sus piezas. En esta ocasión, por fortuna, el cine me pasó una clave para armar el rompecabezas; aunque el toque oriental está yendo a cargo de un fisio de Singapur que hace milagros.

Volviendo al cine. Me gusta rebuscar en las películas que han pasado desapercibidas. Aún no ha terminado agosto y ya he visto más de cincuenta. Cuando las estrenaron estaría mirando hacia otro lado. No todas son recomendables, claro está; pero, tras un primer balance, me atrevo a entresacar algunas “joyas”, por si alguien se encuentra en uno de estos momentos en que su latido se parece al mío. Estas son las que me han dejado una buena impresión:

Cine español: El cielo abierto, El pájaro de la felicidad, Ficció, La vida de nadie, Sólo mía, Las horas del día, La educación de las hadas, Vida y color, Frío sol de invierno, Éxtasis, La primera noche de mi vida y Sólo quiero caminar.

Cine internacional:  Chloe, En la ciudad blanca,  XXY,  La tregua, Exótica, No te muevas, Deliciosa Martha, El dulce porvenir,  El aura y Trois coleurs (kieslowsky). 


Para terminar. Estoy seguro que si vierais un bote que pusiera en su etiqueta 'Gao Le Gao', os sonaría muchísimo por todo: el diseño, los colores, los materiales...  y enseguida descubriríais que se trata de nuestro popular Cola Cao, que está teniendo un éxito soberbio por tierras de Marco Polo. Pues bien, 'Gao Le Gao' no es una traducción literal, sino una expresión en chino mandarín que significa Grande Felicidad. 


Vaya, me he complicado un poco para deciros algo tan simple como que espero que estéis 'Gao Le Gao', es decir, disfrutando.
   
Codorníu.

6 de agosto de 2011

5 de agosto de 2011, entrada en Puerta del Sol al tercer intento.

                      
                           Sólo un beso callará mi boca






"No me pregunten mi edad, tengo los años de todos…"
                           (Quintín Cabrera, uruguayo)

1 de agosto de 2011

Estrella y yo no pasamos hambre, porque trabajábamos los dos y no teníamos hijos por aquel entonces. Incluso tuvimos suerte por tener un piso para nosotros solos (la gente normal alquilaba habitaciones con derecho a cocina); aunque tuvimos que rodar en varias ocasiones de un lugar para otro, hasta que nos estabilizamos en una buhardilla, que para nosotros fue como un chalet de ahora.

Allí nació nuestro hijo. Recuerdo que llegábamos rendidos de trabajar todo el día y Estrella tuvo que pedir una excedencia. No recuerdo bien si fueron cinco o seis años. Nuestros ingresos bajaron; pero yo me coloqué los fines de semana de acomodador en el Campo del Real Madrid y, con lo que me pagaban y las propinas, apenas notamos la pérdida del salario de mi mujer.

Sin embargo, no todo lo que me trajo este empleo fue positivo. En mi trabajo diario, el encargado era del Aleti  (Atlético de Madrid), de esos que odian profundamente todo lo que huela a "merengue".  Padecí cuarenta años de persecución por parte de este individuo, llenos de anécdotas y ejemplos, que no voy a relatar aquí porque tendría que traerlas de una parte de mi memoria que esa sí que no tengo ningún interés en recuperar.

No sé que es peor: si tener enemigos por el fútbol o por la política.

(continuará)


Pepe padre.

25 de julio de 2011

Ayer soñé que podía... y hoy puedo.

Hace ya tiempo (se ha publicado abundante material en los últimos cincuenta años) que van quedando al descubierto muchos lunares negros de la personalidad en cuanto a su manifestación como conducta social.

Estamos en una sociedad enferma, de eso no hay duda. La actual Arca de Noé lleva en su pasaje cantidad de seres humanos enfermos, como no podría ser de otra manera. En la Biblia se les conoce como "animales", con perdón de los auténticos.

Los estudios de los psicólogos sociales han conseguido demostrar ya con pruebas fehacientes que es necesaria una personalidad de psicópata para triunfar (subir, ascender, trepar) en empresas y otras escaladas de lo público y lo privado. No es el único factor, por supuesto; pero es un denominador común para los que pretenden elevarse como un cohete. 

Por ahí comienza a saltar la primera señal de alarma: ¿quién nos dirige? ¿quién nos gobierna? ¿cómo pueden gestionar los valores y las emociones aquellos que no pueden sentir nada o casi nada ante el dolor de los demás? A las pruebas me remito. El capitalismo necesita de esos "enfermos" y además necesita ensalzarlos como "modelos" de acción para que no sientan el vacío social. Patético ¿no?

Por abajo también los hay, cómo no. Son seres que por circunstancias diversas, no han logrado encontrar una manera que se admita dentro de lo "legal" para satisfacer sus propósitos de éxito social. Andan entre nosotros, son ciudadanos grises, pueblo a secas. Conclusión inmediata: su mundo emocional se llena de una rabia difícil de contener. A su alrededor sólo falta un culpable en quién volcar toda esa insatisfacción.

Rabiosos, los hay por todas partes. Valga como ejemplo el ambiente que se "masca" en torno al fútbol: lleven a su hijo pequeño un día a una grada en directo, y si tienen por aquí dentro algo sano, no volverán. O volverán lo justo, que es muy poco.

Hay más escenarios donde se ejerce violencia, muchos más. En la mente de todo el mundo están esos comportamientos agresivos que andan por ahí buscando lo que se conoce como un "chivo expiatorio". Me los salto para ir directamente a referirme a aquellos violentos que vemos en las manifestaciones políticas, bien con sus gritos, bien con sus consignas, bien con sus actos.

Alguien, que ahora mismo no recuerdo, dijo una de las mayores verdades al respecto:

"Cuando un loco empieza a ser consciente de que lo es, deja de estarlo inmediatamente. Es imposible estar loco y ser consciente de tal estado"

La gente violenta no se reconoce a sí misma como tal. Siempre hay alguien que "se lo ha buscado". Siempre habrá una cobertura ideológica que les ponga un paraguas. Por fortuna, hay algo que no falla a la hora de identificar a estos enfermos. Al margen de la razón que esgriman para justificar sus maneras, los propietarios de toda manifestación de violencia en cada uno de los niveles que hemos citado (crispación contenida, incitación o acción) no pueden evitar -tarde o temprano- tener otra conducta que esa que emerge de su infierno interior: Por sus actos los conoceréis, se dijo. 

Me seducen del 15M muchas cosas. No las vamos a enumerar aquí. Pero por encima de todas ellas, se lleva la palma la naturaleza pacífica de sus métodos de acción. Mientras consigamos mantener aislados a los enfermos (que los hay), que buscan aquí lo mismo que en el fútbol, podremos llegar muy lejos. 

La resistencia pacífica no tiene ya que demostrar su eficacia para conseguir cambiar la Historia. 

Codorníu.



20 de julio de 2011

Un fantasma recorre Europa

Un lúgubre fantasma recorre Europa, y Europa no se da por enterada: los seguros de impago, o credit default swaps (CDS), unas "armas financieras de destrucción masiva", como los bautizó en 2002 el financiero norteamericano Warren Buffett, han derivado en letales armas especulativas contra Grecia y el euro.

Aparentemente, esos CDS son pacíficos contratos de seguros para gente prudente que busca protegerse del riesgo de impago asociado a la compra de un bono u otra deuda peligrosa. Pero en realidad se asemejan a los paquetes de hipotecas basura que se trocaban en activos para inversores ávidos a base de titularizarse, trocearse, mezclarse y perderse el origen del contrato básico al que respondían, también llamado subyacente.

Estos seguros CDS cubren el impago de cualquier contrato y pueden formalizarse sin necesidad de que el comprador posea la deuda: son derivados, son "aire fino". Y sirven también para especular, para apostar contra la posibilidad de un impago: se está haciendo a mansalva con Grecia y con otros periféricos.

¿Son armas mortales, como protestaba Buffett? ¡Y tanto! Doblegaron al gigante asegurador estadounidense American International Group, AIG, en septiembre de 2008, la segunda ficha del dominó desbaratado con la quiebra de Lehman Brothers. AIG era el mayor agente de CDS. Operaba estos seguros sobre paquetes de hipotecas basura o de otros activos (CDO) también con frecuencia basura. Hasta que el pánico post-Lehman ahuyentó a los clientes. Y el Estado hubo de saltar a su rescate en varias fases, por un coste de 173.000 millones de dólares.
Y son de destrucción masiva porque, como las que se buscaban a Sadam Husein, no se sabe dónde se ocultan. Se acuerdan over the counter, entre operadores, sin intermediarios, fuera de las Bolsas, fuera de balance, carecen de registro central, ningún organismo los controla, pero están "en todas partes, dispersos por el sistema financiero mundial". Nadie sabe cuántos hay ni dónde, entre otras razones porque los bancos de inversión que los crean los colocan en vehículos especiales ubicados en paraísos fiscales, a salvo de cualquier Hacienda y cualquier control, descontaminando sus propios balances.

Muchas apuestas especulativas contra la Europa del euro se están haciendo mediante estos fantasmagóricos CDS. De esta forma, los partidarios de que Atenas reestructure su deuda o suspenda pagos minimizan su peligro. Una de sus cabezas mejor amuebladas, Zsolt Darvas, desaira la alerta lanzada por el BCE según la cual el impago griego generaría una dinámica peor que la de Lehman. Su argumento clave es que los CDS brutos sobre Grecia solo ascienden a 51.800 millones de euros, más o menos lo que la deuda helena en manos de la banca europea .

Pero esta es una cifra ingenua, la declarada voluntariamente por los actores a la Depository Trade and Clearing Corporation. Puede ser muchísimo más alta, porque el total del mercado internacional de swaps ronda los 60 billones de dólares, según la patronal del subsector, ISDA. Un tamaño igual al de la economía mundial. De modo que si Grecia impaga, habrá un terremoto en el mercado de CDS. Una metástasis de alcance insospechable. ¿Como Lehman? O como AIG.

Hay un antídoto futuro contra este fantasma. Prohibirlo como arma especulativa. Qué solo puedan asegurarse contra el impago comprando CDS quienes efectivamente posean deudas que deseen asegurar.
XAVIER VIDAL-FOLCH, El País, 14/07/2011

3 de julio de 2011

Tumulto euro, de Juan Francisco Martín Seco, en Público

El pasado miércoles, el Parlamento griego aprobaba un duro plan de ajuste. Mientras en la calle se desencadenaba una guerra campal, la euforia se adueñaba de las bolsas europeas. No resulta difícil concluir quiénes son los beneficiarios y quiénes los perjudicados. La situación se parece excesivamente a las intervenciones que en el pasado realizaba el FMI en los países subdesarrollados, concediendo préstamos en condiciones tan severas que las misiones de este organismo iban acompañadas de revueltas, huelgas y violencia callejera. “Tumulto Fondo”, llegó a denominarse. La medicina mataba al enfermo, y bastantes de estos estados tan sólo han comenzado a respirar cuando se han liberado del FMI y del Consenso de Washington.


¿Cuál, entonces, es la razón del rescate? Desde luego, no es salvar al país heleno, sino ganar tiempo para que los bancos europeos terminen por liberarse de la deuda griega. Entre 2009 y 2010, las entidades financieras alemanas han reducido su exposición a la deuda de los mal llamados “PIGS” (Portugal, Irlanda, Grecia y España) de 500.000 a 230.000 millones de dólares, y de forma similar las francesas. 
Dentro de un año, Grecia seguirá igual o peor y tendrá que abandonar el euro y reestructurar la deuda, pero esta, sin embargo, ya no se encontrará en manos de los bancos franceses o alemanes, sino del Banco Central Europeo (BCE) y del resto de los estados de la eurozona. Es posible que a medio plazo, España o Italia, para sobrevivir, tengan también que salir de la UM, pero entonces tendrán que enfrentarse no sólo a su endeudamiento sino al transferido por las entidades financieras europeas. 
A pesar del llamado contagio, hasta hace poco el problema era de los bancos. Ahora ya lo compartimos. Mañana será exclusivamente nuestro.
Juan Francisco Martín Seco. Economista.


Más claro, el agua: la quiebra de Grecia (y otros) es un hecho, que no se puede dejar que suceda POR AHORA. La causa: ganar tiempo. ¿Para qué? Porque ante una situación de quiebra, los bancos acreedores no cobrarían buena parte del capital prestado. Solución: darle un crédito de rescate por parte del Banco Central Europeo (o sea, con los presupuestos ciudadanos de los estados miembros) para que vaya pagando los intereses. De esta forma, la banca privada  alemana y francesa  van recuperando sus préstamos según llegan los vencimientos y van liberando y reduciendo el porcentaje de deuda contraída en el pasado. Y cuando ya apenas les quede deuda por recuperar, dejarán caer a los griegos sin contemplación alguna y la quiebra ya no les pillará como acreedores. Impresionante, el poder que tiene la banca.


¿Quién será entonces el que asuma el marrón? Los nuevos prestamistas: el Banco Central Europeo, o sea los presupuestos mancomunados de todos nosotros, que, llegado ese momento, veremos subidas de impuestos de infarto y una ingente cantidad de recortes en los gastos sociales para enjugar la parte de deuda fallida que nos corresponda en el agujero subsiguiente que contraerá el BCE.


Codorníu.

2 de junio de 2011

Cuando llegué a Madrid en el año 41, regresé a casa de la patrona donde había estado algunos años atrás, previos a la guerra. Vicenta no me puso ninguna pega; pues me quería mucho, y yo a ella. En esa misma finca, en el primer piso, vivían la madre y una hermana del que luego sería mi jefe. Por medio de la patrona me recomendaron a este hombre que era el dueño de una empresa de fabricación de muebles. Un día, me mandó llamar a la tienda, me dijo las cosas de las que me tenía que encargar y me entregó las llaves. Se conoce que estaba deseando soltarlas. Cuántos bolsillos de los pantalones me han roto.
 
Desde el primer día me hizo encargado de todo. Tenía que abrir a las ocho, porque venía la mujer de la limpieza. Los demás entraban a las nueve. A partir de ese momento, supe que tenía que trabajar una hora más que los demás. El jefe me dijo de palabra que teníamos que arreglar esa diferencia, pero se murió sin acordarse de lo prometido.

Yo era el comodín de la empresa. Es triste; pero al final llegué a la conclusión de que no ganas nada portándote bien. Eran soberbios y abusaban de que escaseaba el trabajo. Si te conviene, lo haces, sino ya sabes dónde está la puerta. Así aguanté cuarenta años, hasta que me jubilé. El hijo del jefe era distinto, daba gusto trabajar con él. Me mandaba a los bancos a retirar dinero. Allí ya me conocían y me daban los fajos de billetes sin contarlos. Una vez me dieron cinco mil pesetas de más (una fortuna). Se lo hice recontar al jefe, y le salía lo mismo. Recuerdo que llamé al cajero y le dije que si no le cuadraba la caja, que no se preocupase que lo tenía yo.  El hombre no sabía cómo agradecérmelo, porque si les faltaba lo tenían que poner ellos.

Por aquel entonces, andaba por Madrid mucha gente de Galicia. Los domingos nos íbamos a San Antonio de la Florida, donde había baile y lo pasábamos muy bien. Por aquel tiempo, conocí a chicas muy formales y me salieron varias para casarme. Sin embargo, pensaba que mientras no ganase lo suficiente, para verla pasar hambre ya bastaba con que la pasara yo solo; porque antes las mujeres no tenían trabajo como ahora, y tenías que pensar en eso si tenías dos dedos de frente.

Por fortuna, me fue bien en este planteamiento y cuando me casé en el año 42, ya tenía un salario que nos daba para vivir a dos personas. Ese año lo recuerdo especialmente, porque se pasaba mucha hambre: el pan escaseaba y el racionamiento te permitía apenas una barrita del tamaño de una mano para cada familia. No se sabía de qué harina estaba hecha, pero mejor no preguntarlo. Algunos habrán amasado fortunas en aquellos momentos. La gente por la calle parecían esqueletos de delgados que estaban.

(continuará...) 

Pepe, padre.

14 de mayo de 2011

El final de la guerra me pilló en Guadalajara. Tuve unos días de permiso y al volver, ya no estaba mi brigada en la Casa de Campo. Cuando di con ellos, ya intuí que nos aguardaba lo más duro. A los que venían de las trincheras daba pena verlos, pues se les caía la carne en pedazos del frío. Allí estuvimos varios meses, hasta que un día nos mandó formar el comandante y dijo que nos deshiciésemos de cualquier papel, signo o emblema comprometedor que lleváramos encima.


Cuando estuvimos listos, salimos en columna andando hacia un punto donde teníamos que entregarnos. No escribo nada más de esta parte de mi vida, porque de aquellos momentos hay suficientes fotos por las hemerotecas para saber de la desmoralización que nos aplastaba. 


Al llegar a Teruel, fuimos concentrados todos en la plaza de toros, donde aguardamos la llegada de un militar del ejército de Franco, que entre burlas del tipo: "Aquí no falta pan para nadie", o "Rojillos, ahora os repartiremos unas cuartillas para que nos pongáis dónde estabais cuando empezó la guerra", nos recordó por un megáfono que éramos los perdedores.

Después de rellenar aquel documento, nos dejaron ir provisionalmente; aunque teníamos que presentarnos en otro campo de concentración en Madrid, que era el lugar que yo había puesto en el papel. Mi cuñado, que le había pillado segando el golpe militar y se había incorporado a una columna de milicianos, ya había tomado la decisión de marcharse a Galicia como fuera. Decidí acompañarle 40 kilómetros hasta Villalba, atravesando toda la Casa de Campo a pie. No había otra posibilidad: el tren estaba inutilizado por los bombardeos, con todas las vías retorcidas y levantadas.

Por el camino encontré una pluma estilográfica y, con mucha paciencia, probé a ir borrando el documento que llevaba encima desde Teruel. Conseguí hacer una obra de arte minuciosa y logré cambiar la palabra Madrid por Lugo.  Ahora pienso que tuve que hacerlo muy bien; porque luego pasé todos los controles, que fueron muchos, y coló. 

En uno de ellos, se nos unió un desconocido con el que fuimos charlando sobre todas las penurias que llevábamos acumuladas. Como no teníamos confianza, le dijimos sólo que la guerra nos había pillado segando y que, aunque llevábamos dinero republicano no nos servía para nada, como era verdad. El hambre (hay que sentirla para comprender lo que es) ya nos tenía medio desfallecidos, porque nadie nos vendía una barra de pan con nuestro dinero. Aquella persona se compadeció de nosotros y nos dio medio duro: dos pesetas y cincuenta céntimos en monedas franquistas. Muchas veces he deseado poder encontrarme con él para agradecérselo con creces, pero nunca le volví a ver, la vida tiene esas cosas. Alguien o algo se lo habrá devuelto como se merece. Gracias a aquel dinero fuimos comiendo pan hasta llegar a casa de mi hermano, a Lugo, quinientos kilómetros. 


No recuerdo bien los días que tardamos en llegar. Hubo tramos del trayecto en los que podíamos coger trenes; sin embargo, cada equis kilómetros nos hacían bajar muchas veces para llevarnos a cuarteles de la Guardía Civil, donde nos tomaban declaración. Cuando nos dejaban en paz, habíamos perdido ya el transporte y teníamos que esperar a  otro, que no sabíamos cuando pasaría. Fueron muchos días durmiendo por los andenes.

Al final, llegamos a la aldea. Cantidad de gente se acercaba los primeros días para preguntar por sus familiares. Era un goteo continuo: venían de muchos lugares a la redonda gentes de lo más dispar. Para ellos, yo era mucho más que una carta o un  correo personal, ya que durante tres años la comunicación había estado interrumpida. Pero aquello no fue fácil. Yo había cosas que no podía contar; sobre todo una clase concreta de malas noticias. Imaginad: parejas que se rehacen con nuevas personas, mientras las mujeres seguían aguardando a maridos que posiblemente no volverían. 


Lo que faltaba para terminar el año 39 y todo el año 1940 lo pasé en casa de mi hermano cavando monte para ganar tierra cultivable. En esta zona se seguían cosechando únicamente patatas, maíz, centeno, avena, nabos…  A nosotros se nos ocurrió sembrar trigo, que por los alrededores no se veía y estaba muy cotizado. Fue una idea excelente, pero un trabajo muy duro. Me sangraban las manos, y todas las noches tenía que desinfectarme las heridas con vinagre; aunque luego nos pagaron el trigo muy bien y pudimos ahorrar algún dinero tras la venta de lo que nos sobraba.


Sin embargo, yo no le veía futuro a mi vida en el mundo rural (nunca lo había visto), y decidí volver al Madrid de mi juventud que, en el fondo, era lo que mejor conocía. Así que por medio de mi hermano, que había trabajado mucho para el alcalde (un cacique de la zona), obtuve un salvoconducto para circular por todo el territorio nacional; y en 1941 regresé a la Capital, para entregarme de nuevo a mi suerte.


(Continuará...) 


Pepe, padre.


28 de abril de 2011

Un hecho condicionó la guerra que me tocó vivir a mí en aquella brigada sanitaria. Fue al rellenar una simple ficha con el oficio que teníamos antes de incorporarnos al frente. Yo había trabajado mucho en cafés, cervecerías y hoteles, y puse cocinero, un oficio que conocía bien. Las causalidades de la vida hicieron que no hubiera otro en toda la brigada, así que me adjudicaron la responsabilidad de dar de comer a noventa camilleros. Era tanto trabajo que,  al cabo de un tiempo, me pusieron ayudantes para partir leña, fregar los cacharros, etc. de manera que dispuse de periodos para dar alguna vuelta por los montes de la zona y descansar de tanto ajetreo que teníamos a diario. Fueron diecisiete meses que, a pesar de estar a pocos kilómetros del frente, no tuve que pegar ni un solo tiro.

En uno de los paseos que daba por el campo en mi tiempo libre, quedé enganchado en un lazo para atrapar conejos. Hice unos cuantos, iguales a ése, y los puse mucho más lejos, en otra parte del monte. Así, casi todos los días cogía algún conejo, que preparaba muy bien con salsa de tomate, de tal manera que los de la cocina y el botiquín se chupaban los dedos de contentos. Hice mi trabajo con la mejor voluntad, sin ahorrar esfuerzos en la tarea de dar bien de comer a todos sin distinción de rango, por lo que siempre fui una persona querida y apreciada por los compañeros.

A mi destacamento sanitario no le faltaron nunca alimentos, porque no era fácil ajustar las cantidades, ya que era casi imposible saber cuántos enfermos o heridos iban a pasar por allí cada día. Los sábados salía un "Hispano" (una especie de camioneta) para que los milicianos fueran a la capital a mudarse y asearse a fondo. A todos les daba dos panecillos largos para que se los llevaran a sus familias. A la portera de la casa donde yo vivía, que me lavaba la ropa cuando volvía del regimiento, le llevaba, además, un saco de leña de encina. A Chelo, la hermana de Estrella, le mandaba lo mismo, pues sabía de las penalidades que estaban atravesando en el Madrid sitiado y bombardeado, donde no había con qué guisar, ni carbón, ni luz, ni gas…

(continuará...) 

Pepe, padre.
  

19 de abril de 2011

Con la llegada de la República no sólo tuvimos derechos los trabajadores, también se empezó a vivir bien. Aquel gobierno, nada más comenzar, colocó a mucha gente en hacer carreteras y demás obras públicas. Pagaban cinco pesetas diarias, con lo que al menos se tenía ya para comer y los gastos más esenciales. Desapareció la gente de más y ya no había esas caras de hambre por las calles ni esa ropa con las mangas y los pantalones cortos, llenos de "sietes" y descosidos.

En aquellos primeros momentos se hicieron muchas cosas buenas. Entre otras muchas, la apertura de la Casa de Campo (coto de caza de la Corona española), que influyó de manera inmediata en el disfrute de la gente. Pasaron al pueblo dos mil hectáreas de encinas y pinares, cerradas al público. Recojo este hecho por la repercusión personal que tuvo para mí. En la fiesta de inauguración, que se hizo el 1 de mayo, me crucé con Chelo, la hermana de la que luego sería mi mujer. Estrella iba con una amiga algo más atrás. «Estrella, mira: te presento a Pepe» Ella no me hizo mucho caso y siguió. Esa fue la primera vez que nos vimos. Aunque sería más adelante cuando nuestros caminos habrían de cruzarse definitivamente.


Como ya he contado, yo no tuve que recurrir a la obra pública, porque ya estaba colocado en  la cervecería Vinces, un trabajo en el que permanecí durante seis años. Después del juicio pude vivir durante una buena temporada con las 900 pesetas que me dieron, más algo que ya tenía ahorrado. No recuerdo bien cuánto fue -tal vez un año-, lo que pasó entre el cierre de la cervecería y la guerra.  Cuando se produjo el golpe del 18 de julio de 1936, me presenté voluntario para quedarme en Madrid. Al alistarme, nos citaron en los salones Guerrero, en la calle Bravo Murillo, pasado el mercado. Este local pertenecía a la CNT y allí se formó la brigada 39 que dependía de Sanidad.

Mi primera aproximación al frente fue en el Club de Campo, cerca de La Zarzuela. Llevábamos municiones a las avanzadillas de las trincheras y según nos acercábamos, nos iban cayendo los disparos de mortero. Recuerdo que en una de ésas, cayó a mi lado la primera baja, se llamaba José Más, lo recuerdo muy bien, íbamos hablando. «Hoy es sábado, a ver a quien le toca cobrar», le iba diciendo. Se me ha quedado grabado el fatídico momento.


Después de ese primer contacto con la muerte, a mi brigada ya no la volvieron a mandar a las trincheras durante unos días. A mí me pusieron en el botiquín, para repartir la comida y allí me quedé. Al poco tiempo, transformaron aquello en un puesto de Sanidad. Pasaban por allí enfermos y heridos, y había que darles de comer y curarlos. Muchas veces he comido con las manos manchadas de sangre de hacer las curas. No nos daba tiempo a lavarlas ni nos daba tiempo a comer. Los heridos llegaban uno tras otro. Una cosa es contarlo; y otra, pasar por ello.

En esta brigada sanitaria todos procedíamos de Madrid; aunque no éramos madrileños de nacimiento. Al mando estaba un comandante, muy buena persona; pero un pesado empeñado en hacerme teniente. Me negué una y otra vez a ponerme los galones que me ofrecía. Siempre le preguntaba que si era obligatorio; aunque eso no parecía suficiente para hacerle desistir. El comandante me respondía que no, pero que no iba a nombrar a uno que viniera del campo. Hasta que un día le comenté que no era eso lo más importante, que yo ganaba 10 pesetas y no tenía donde gastarlas. «Nombre usted a Aurelio, que tiene cinco hijos», le dije (por desgracia los mandos militares no tenían la sensibilidad social que requería el momento). Y así lo hizo.


(Continuará)


Pepe, padre (capítulo 5º)

13 de abril de 2011


En el año 1930, después de estar un tiempo sin empleo, me salió un trabajo en la cervecería Vinces, esquina a la Glorieta Bilbao. Se trataba de un local muy especial que se prestaba mucho para los encuentros "fortuitos" de parejas, ya que hasta allí venían muchos “peces gordos” por un lado, y mujeres que entraban antes de ir al mercado, por otro. En los alrededores, había varias casas de citas, donde terminaban a la postre estas cuitas, y ellas se iban a la compra con el dinero que habían conseguido de unos inocentes cafés de mostrador. Eran momentos muy duros: mucha gente sin trabajo, mujeres que iban a las tiendas para que les fiaran... En fin... estamos hablando de hambre. Al final de mes, la que podía, pagaba, y la que no podía, seguía debiendo hasta el mes siguiente.  Maldita miseria.


En el plano personal, yo estaba bien; fueron mis mejores tiempos, los más felices. Le cogí mucho cariño a aquel barrio y lo seguí frecuentando pasados los años. Digo que estaba bien; aunque trabajaba un montón de horas extras que, el dueño, un jefazo de los tranvías de Madrid, jamás me quería pagar. Tendría entonces, cuando empecé, unos diecinueve años recién cumplidos. 

Cuando junté algunos ahorros, encargué un traje a medida en una sastrería que se llamaba “Casa Ligero”, próxima a la Fuentecilla.  Allí elegí una tela tan buena que no se terminó nunca; aunque también hay que decir que yo siempre fui muy cuidadoso con la ropa. En aquellos tiempos me costó 75 pesetas, una fortuna. Pasados los años, decidí teñirlo de azul marino para que me aguantase durante otra larga temporada. Entonces se vivía de otra manera. 

Después del trabajo, me pasaba siempre por el bar Ideal, esquina a la calle del Pez y jugaba una partida al billar, donde si perdías, pagabas 60 céntimos (de peseta); aunque yo jugaba bien y pocas veces pagaba. 

(No quiero pecar de presumido, pero he tenido un nivel bastante alto con el taco en la mano. Incluso a mis noventa años, intentaron impedirme la entrada en un Centro de Día para jubilados por envidia, porque ganaba siempre a los de sesenta y setenta; pero eso es como quien dice ayer: dejemos el pasado reciente, que no es el caso)

En el año 1931 se proclamó la República. Aquello fue una auténtica explosión de euforia. La gente se volvió loca de contenta: los coches con banderas, unas para un lado, otras para el otro; chillando, gritando, cantando… El pueblo enganchaba los tranvías a las estatuas y las tiraban al suelo. Sobre todo recuerdo una: la de la plaza Mayor de Madrid. Eso lo presencié en directo. Se trataba del rey Felipe III a caballo. 

En la cervecería Vinces estuve seis años, una enormidad comparado con los anteriores empleos. Sin embargo, al igual que en los otros trabajos, también llegamos un buen día y nos encontramos con los cierres echados. La precariedad parecía una constante, una maldición. Aunque algo había cambiado para entonces: como ya se había proclamado la República, denuncié al propietario. Fuimos otro compañero y yo los que nos atrevimos; pero este chico no se sabía defender y tuve que hacerlo yo solo. De testigos citamos al resto de camareros y al encargado. Hasta el  juicio no supe con seguridad de qué lado estaban. Hablé con ellos antes, y al final dijeron la verdad. La vista se celebró en el Jurado mixto de la Plaza Bilbao. Me preguntaron qué abogado quería que me representara. A pesar de mi edad, contesté que no necesitaba a nadie, que con la verdad me defendía yo solo. Gané el juicio y el dueño fue condenado a pagarme 900 pesetas en concepto de horas extraordinarias. Entonces eso era mucho dinero. Sin embargo, lo más importante es que por vez primera vi como empezaba a ponerse freno a tanto atropello. Esto se lo tengo que agradecer a los partidos que trajeron la República, ya que con los que había antes, los monárquicos, nada de aquello hubiera sido posible.

(continuará)


Pepe, padre (Memorias, capítulo 4º)


La imagen es de Manola Roig,  http://vidapervida.blogspot.com/


6 de abril de 2011

El dueño del Café San Cayetano se llamaba Don Antonio Álvarez, un tipo muy nervioso, que siempre estaba en el mostrador, cara al público, fumando un cigarro puro y arreglándose las uñas. Don Antonio estaba casado de segundas con Carolina, una mujer de Salamanca, que tenía la vivienda en el primer piso, justo por encima del café. Mi empleo de pinche de cocina era un trabajo cómodo comparado con el de repartidor de leche, pero tampoco duró mucho: al cabo de un año, me encontré con el cierre bajado al igual que el resto de los demás trabajadores. Por aquel entonces, la consideración con el obrero llegaba a tal menosprecio que jamás te daban un aviso previo, y mucho menos, una explicación posterior. Sólo esos cierres, bajados de forma inesperada, actuaban de testigos del continuo peregrinar buscando empleo, que ya empezaba a dejar una huella amarga tras uno.

Lo siguiente que me salió fue un trabajo en una carnicería de la calle Magdalena. Se trataba de repartir pedidos a las señoras que lo encargaban por teléfono. Los domingos íbamos a comer a casa de una hermana del dueño que tenía un restaurante cerca de la glorieta Bilbao. No recuerdo nada especial de ese empleo, salvo que el dueño me llevaba de caza para levantarle las piezas; o sea, de perro. Luego,  al cabo de otro puñado de meses, aquella carnicería también fue traspasada, y me quedé otra vez buscando trabajo por todo Madrid. Era en esos momentos cuando más agradecía el poder regresar a la casa de Josefa y Jesús, en la travesía de Las Vistillas, donde siempre tenía un techo y una cama. Muchos gallegos nos juntábamos allí los domingos. Fue así como conocí a Chelo, la hermana de Estrella. Mi mujer aún tardaría años en venir a Madrid.

Por fortuna no prendieron en mí los hábitos de fumar y beber. Gastaba poco. Procuraba tener algo de dinero ahorrado para esos periodos que tenía que estar sin colocación. No tardé en darme cuenta de lo poco que duraban los empleos. Al perder el trabajo se perdía también algo muy importante que iba aparejado con el salario: la comida del mediodía, la cena, etc. Durante estos paréntesis en paro, recaía, a la hora del almuerzo, por una casa de comidas de la calle López Silva, propiedad de una señora de Orense, llamada Pepa, que cocinaba muy arreglado y muy bien. Era un sitio bastante popular, frecuentado por gente obrera, donde se respiraba un ambiente que hoy parecería extraño. Me refiero a una solidaridad que lo impregnaba todo: la manera de vestir, de saludar, de reconocerse en el via crucis de los demás...

Un día, comiendo allí, conocí a un muchacho mayor que yo, que cojeaba algo de una pierna. Era un empleado del Ayuntamiento, muy buena persona, que había estudiado para maestro, pero no pudo terminar la carrera. Siempre andaba cargado con libros. Me enseñó las primeras letras de  manera totalmente desinteresada, sobre aquellas mesas, una vez retirados los platos de la cena.  Fueron dos o tres meses. Gracias a él, pude iniciarme -ya en solitario- en la lectura de todo papel que caía en mis manos.

Y con el tiempo, a fuerza de copiar y copiar, aprendí a escribir.


(continuará)


Pepe, padre (Memorias, capítulo 3º)