21 de septiembre de 2012




Debo confesar que la capacidad predictiva de Chumpéter me asusta. El 5 de agosto del 2009, me decía: En qué fase de la crisis nos encontramos, es algo a lo que se apuntará más de un listo a posteriori. Me temo que con el siglo comenzó una onda larga, terrible. Dentro de unos años, te lo confirmo. 

Recientemente, salió de su mutismo cuando le escribí –cómo me arrepiento, ya que teníamos que ir a Corrubedo dentro de poco. Se acercaba otro aniversario, y cometí el error de contactar con él antes de tiempo, pidiéndole consejo para ver qué hacíamos con el dinero que le dieron a Saleta por la venta del faro.

«Ahora ya está claro que nos encontramos en un ciclo largo. A los más cortos (de Juglar o de Kitchin) se les ha pasado el arroz. Esos no pueden ser, sólo nos queda aceptarlo. En el verano del 98 intuí que el subidón había terminado: el temible invierno de Kondratieff se confirmó en Econometría diez años después. Ya nadie se enfrenta conmigo o lo pone en cuestión... tengo el culo pelado de interpretar gráficos»
Sabéis que no hago literatura con esto, que no miento. Una y mil veces me pregunto qué veía Saleta en Chumpéter. El error es preguntarme eso mismo cada vez que cierro los ojos después de estar con él. Lo sé, porque nunca encuentro respuesta. O mejor dicho, como somos gallegos encuentro una en forma de pregunta: Entonces, ¿qué veía en mí Saleta?
Porque las dos maneras de ver la vida no se llevan bien

(Por cierto: hace mucho que no hablo contigo. Me pregunto por dónde andarán tus cenizas. Tal vez por Malpica de Bargantiños se habrán dado la vuelta y chapoteen  corrientes abajo ante las miradas cónicas del castro del monte Tecla. Quién sabe. ¿Acaso los mortales tenemos algo de naturaleza divina como Chumpéter? Porque no sé si te dije que yo, por más que miro al mar, tan sólo veo a lo lejos una mancha gris que viaja toda junta; algo que da que pensar cuando la noche acecha y el islote es sólo un peñón negro y lejano. Claro, que la primera vez que fui contigo allí, no estaba todo tan atado por la ecología (ni tampoco por la vida y la muerte, hay que decirlo), y pudimos acampar frente a él, al pie de las dunas. 

Por aquel entonces la vida nos mimaba, ¿te acuerdas?... La primera mañana, descorrimos la cremallera, salimos de la tienda y, sin desayunar, subimos como locos sin notar como se dislocaban los tobillos sobre la arena fina. Luego, bajamos rodando hasta la orilla; por aquellos años, no veías a nadie por allí en todo el día. Recuerdo que nos bañamos desnudos,  que leímos juntos el Principito, que recogimos conchas hasta el atardecer (aún conservo varias -las mejores- de aquel día). Otro recuerdo: comimos una empanada de zamburiñas entre los hombros de las dunas. Allí sopla bastante el viento y la garganta se pone rasposa, con arena...  Mira de qué me acuerdo -qué tonto-: me decías que mi voz te recordaba a la de Marlon Brando en "El último tango". ¡Cuánto sabemos tú y yo de mantequillas!

El puerto de Corrubedo, sigue; y el faro, anda como un chaval... de lúcido y vertical. En eso no se parece a mí, por desgracia. 

Quiero decirte otra cosa que me da mucha vergüenza: se me han quedado olvidados unos poemas que metí en aquellas peñas del islote de Ferreira, esas que tus cenizas  conocen mejor que tú misma, las que hay delante de la laguna de agua dulce. Te lo digo, por si en una de estas subidas de la mar impredecible, te pasas y te llevas lo que es tuyo.

Ah, y si me lees -que sé que sí-, escúchame bien: es cosa de que me vayas haciendo un guiño, como los faros, y pronto... Porque mi vida -que no yo- es una estrella que lleva mucho encendida y emite ya una luz anaranjada que indica transición, me temo hacia dónde) 
Codorníu.

16 de septiembre de 2012


Hace mucho que salgo a pasear por calles irreales evitando las otras, las que dicen que existen. Cada noche, la papelera de reciclaje del escritorio cuelga, cual peso muerto, buscando una mano que la baje a los cubos de basura de la esquina. Su corazón, no deja de producir conexiones tejiendo instantes que la memoria se encarga de rastrear por capricho. No paran de aflorar burbujas en la mente, balbuceos con Saleta, imágenes. Las estampas se pegan y despegan en espejos que tacho cada noche con el dedo, buscando una lacería que tenga algo de extraordinario, por diferente. 

¿Me engaño? Bastante sé que sólo repaso aquellos arabescos de antaño a la luz de una bombilla rubia, que peina su melena un metro por encima de míNi siquiera el batir de tortillas de entonces cruza ya por las cuerdas de ropa de ventana a ventana. Cierro los ojos; camino contando pisadas virtuales, eso es todo. 

Codorníu.