18 de enero de 2013




Saigón, mierda, aún sigo solo en Saigón. A todas horas creo que me voy a despertar de nuevo en la jungla.
Cuando estuve en casa durante mi primer permiso, era peor, me despertaba y no había nada; apenas hablé con mi mujer, salvo para decirle «sí» a su petición de divorcio.
Cuando estaba aquí quería estar allí, cuando estaba allí no pensaba más que en volver a la jungla.

 (Apocalypse Now, Francis Ford Coppola)

A una determinada edad  nos sentimos expertos en sortear charcos de todos los colores del verde. Sin embargo, es de ilusos pensar que lo que queda ya es todo liso; que se limpió de trampas el sendero.

Nada más lejos. La vida funciona a golpe de imprevistos como los niveles de dificultad de los juegos de la Play. Los actuales no son tan burdos como en el primer nivel de principiante: estamos en los últimos. A estas alturas, el karma acumulado surge de la nada como zombis descontrolados, y la mayoría de las veces no se los ve venir para evitar el revolcón.

Prácticamente, no hay escapatoria ni más remedio que tragar y tragar. Queda sólo buscar sobrevivir desde lo primitivo, desde el vientre... donde la tabla rasa nos devuelve a lo básico: a limpiar los establos de Augías... Afortunado aquel que vino de serie con los genes de Aquiles para mirar cara a cara al sufrimiento.

Y mientras atravesamos ese ruido, esa "niebla" -que decía Unamuno-, un fiel escudero nos acompaña siempre con su tic tac de fondo, inexorable. 



Codorníu.

1 de enero de 2013